sábado, 21 de febrero de 2009

Mucho que decir en pocas palabras

Bueno, aquí estamos de nuevo. Esta vez, para mencionar un tipo de escritura que no es muy practicado, y no se valora tanto como debería. Me refiero al microrrelato. En esta semana colocaré un par de ellos que he estado escribiendo, conforme los retoque y mejore.



"Existir. Ese era mi problema. El simple hecho de ser quien soy, de ser como soy. Me ahogaba en un mar de sufrimientos, remordimientos y dolor. Jamás me hubieran convencido de lo contrario. La realidad era que mi vida goteaba, iba desapareciendo poco a poco. Cuanto más me obligaban, peor. Mi sombra me perseguía en las tinieblas. Mi piel cada vez se juntaba más a mis huesos, el tiempo absorbía mi esencia. Me vigilaban mucho, para que no dejara de alimentarme. Yo me las arreglaba para después de eso, eliminar toda sustancia de mi cuerpo. Creía que sería lo mejor, que podría ser feliz. No conseguí burlar a la muerte."



"La gente cambia. La sociedad rota, gira y se transforma. La depresión es ya una cosa en común para todas las persona. Sin embargo, yo soy distinta. Veo como el tráfico avanza, se atasca y vuelta a empezar. El ruido, el humo y los malos modos. Lo vivo, lo siento, pero no me afecta. Desde mi ventana observo el gran edificio que se alza frente a mí. Con sumo cuidado, tomo el mando de dos botones, y cuento. 4...3...2...1..."



Espero que hayan sido de su agrado. Les comento que si tienen algún texto que quisieran publicar, puede contactar conmigo en esta dirección de correo:

lidiamartinlopez@hotmail.com


Un cordial saludo.

Lidia.

martes, 10 de febrero de 2009

Al ataque vamos

Subo, después de siglos de abandono en el lugar, un pequeño relato que estoy comenzando. Espero que les guste, y que aporten ideas para continuarlo. Gracias a los lectores, que sé que algunos nos leen desde el otro lado del charco. Un saludo y espero que sea de su agrado. Allá voy:

El tren abandonó la solitaria estación. El muchacho cargó con sus pesadas maletas y se dirigió a la salida. En aquel andén había dos únicas personas. Preguntó a una malhumorada señora por un albergue cercano o un hostal barato donde pudiera pasar esa fría noche. La señora clavó sus dos ojos azules en él y se giró, despreciándolo.

El muchacho salió a la calle desierta, temblando y comenzó a caminar. Sus pasos lo condujeron, al azar, hacia lo que parecía ser una pensión. Una sencilla placa lo anunciaba. Ya era muy tarde, pero detrás de las finas cortinas vio una luz mancilenta. Llamó a la puerta. Un hombre enjuto acudió, vestido con una bata larga y unos calcetines agujereados.

-¿Qué desea?- preguntó el hombre, algo reservado. El joven sacó algo de su bolsillo, un gran parche amarillo, con una estrella negra de seis puntas. El señor se quedó perplejo. Le lanzó una mirada inquisitiva, pero los ojos del chaval transmitían sinceridad. Asintiendo, se apartó de la puerta y le dejó pasar. Sin mediar una palabra, le condujo por unas escaleras destartaladas, hacia el final de un estrecho pasillo. Una vez allí, sacó una llavecita oxidada y le indicó con la mano que entrase.

“Día 13. Llevo ya casi dos semanas viajando sin rumbo fijo, o eso creo. Cada día que paso, la soledad me corroe por dentro. No deja que mi cicatriz sane. Mi ánimo flaquea cuando recuerdo lo lejos que estoy de allí. Cómo mi vida se ha desmoronado ante mis ojos, y sin poder evitarlo. En esta ciudad se respira el mismo aire puro, y en el horizonte me ha parecido distinguir un bosque de coníferas. No lo había pensado antes, pero toda mi vida la he pasado entre vegetación de ese tipo...”

Los recuerdos invadieron la mente del joven, las imágenes de unos años sin preocupaciones ni obligaciones, cuando todavía estaban con él. Sin tener consciencia del tiempo que pasaba, se quedó profundamente dormido. Al principio el sueño era tranquilo, pero, poco a poco, se definían sombras mediocres, y un susurro en su mente le suplicaba ayuda.